Historiador
RESPONSO POR UN PEREGRINO
En el homenaje con motivo del fallecimiento de Alí Chumacero (9 de julio de 1918- 22 de octubre de 2010). Casa de la Cultura. Jala, Nayarit, 19 de noviembre de 2010.
Anochecido el 13 de julio de 2006 en la Sala “Manuel M. Ponce” del Palacio de Bellas Artes, se congregó la gente –ni mucha ni poca—para celebrar con el poeta y en torno al poeta, los cincuenta años de la publicación, hecha en 1956 como en voz baja, de Palabras en reposo, páginas íntimas y a la vez de puertas abiertas de Alí Chumacero, “[…] tipógrafo más que literato, ser humano más que poeta, más cerca de la tierra que del follaje” como con modestia no fingida se definió en algún momento.
Cuando uno conoce, o al menos ve a alguien en su edad muy avanzada, de paso lento y sonrisa apenas insinuada, le resulta cercano a lo imposible adivinar que fuegos juveniles y ráfagas de viento huracanado hayan ocupado espacios en su vida. Sin embargo, cierto aire festivo que lo envolvía, palabras ocurrentes que venían a sus labios y una mirada que no dejaba de admirar la belleza femenina, denotaba un temperamento que mecía corrientes fluviales subterráneas. En una entrevista que le hizo años atrás Jorge Luis Espinosa, respondió a la pregunta, “¿Ha vivido usted con intensidad?” de la manera siguiente: “[…] He vivido con mucha intensidad. Tengo el prestigio de ser un hombre que no se ha arredrado. Que le ha gustado mucho respirar, oler, tocar…que ha ido a la calle y no le ha dado miedo nada. He estado en la cárcel, he viajado poco –lo menos posible--…Me gusta mucho mi tierra: Acaponeta. Soy un hombre apegado a su origen. Me gusta mucho la sonrisa femenina. Me gusta mucho el arte, la música…”[1]
En la página última del folleto que repartieron esa noche naciente en Bellas Artes escribí con cierto apresuramiento, para no dejarlas en el rincón del olvido, unas líneas que de su propia cosecha el poeta leyó en la ocasión:
“…la emoción hace visible
algo de lo invisible…”
y:
“…a la orilla de tus ojos
veo nacer la tempestad.”
Como eco de su impacto, me quedó claro el mester del poeta: su condición de lazarillo, de guía de ciegos para que el hombre agobiado por lo cotidiano y banal pueda ver más allá de lo que ven los ojos materiales y viajar por los canales sorprendentes de la emoción. Y también el don suyo de saltar las fronteras en que la lógica sitúa a los contrarios, es decir, entre las condiciones convulsas de la vida en el mundo y la profunda serenidad de los “espejos del alma” que son esos mismos ojos. Eso y no menos ha de ser el poeta. Eso y no menos lo han sido quienes, iguales a los demás miembros del género humano en casi todo, ese “casi” constituye su don y por ello mismo su servicio, el servicio de poner un rayo de claridad en lo oscuro, una voz armoniosa en el ruido y la confusión: “Este mundo en que vivimos –expresó el Concilio Vaticano II—tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperación. La belleza, como la verdad, es quien pone la alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste la erosión del tiempo, que une a las generaciones y les hace comunicarse por medio de la admiración. Y todo ello, por vuestras manos…”[2]
Esas son las razones profundas por las que quienes se atreven a aceptar ese oficio no son muchos en el mundo y menos en éste en el que domina lo pragmático y lo utilitario. Por ello también sus voces son más bien rumores leves y no parloteos altisonantes. Rumores que sólo pueden escucharse desde el silencio interior y no en el bullicio de las plazas. Corresponde, por tanto, agradecer a Don Alí que no haya inundado las décadas de nuestro México sobre las que él navegó con una invasión de letras y que su lenguaje universal y casi atemporal no se haya contaminado de los ritmos políticos de los tiempos como se contaminó en sus momentos menos lúcidos, por ejemplo, el de Pablo Neruda con sus loas a Stalin y el de Octavio Paz en algunas horas de la revista Vuelta. Andrés Henestrosa afirmó a tiempo que Chumacero era: “[…] de parca cosecha pero de dorada espiga.”[3]
Esa cosecha parca de los poetas, sin embargo, es, cuando se pone al alcance de quienes “tienen oídos para oír”, vital aliento que destierra del mundo el poder maligno de la angustia, de la desesperanza y del odio fratricida; que siembra una flor luminosa que destila, con el rocío de la mañana, gotas de amor y de esperanza. ¿No sucede así con esa tempestad que no viene de las “negras espaldas del mar”, figura real y ruda en la visión de Homero sino “de la orilla de tus ojos”? ¿No es ése el efecto de la acción hercúlea aunque inaudible del peregrino de andar lento:
“[…] Vestigio de la paz
su canto ordena
la trágica armonía y niega el mundo
que a solas levantó con su palabra.”?[4]
La cosecha de los poetas es, como en tiempos pasados, alimento vital de los pueblos hoy y quizá más en el futuro frágil que asoma. Pero nadie o casi nadie parece percatarse de esta sed y esta hambre en una coyuntura histórica del mundo en que la palabra mágica de estos últimos años y la realidad que encierra, globalización, cuando apenas comenzábamos a medio entender qué quería decir, va en retirada con su estela de crisis y de angustia.[5] Y si la flauta de agudos sonidos de Orfeo atraía a la naturaleza y a los hombres en los pastos acompasados por el mecer del viento de la campiña griega; si el pregón del atabal congregaba a las gentes del Anáhuac en torno a los relatos fundadores; si el Canto de los cantos, el “Cantar de los cantares” de Salomón aún se escucha como llamado de belleza y verdad en los espacios amplios de la múltiple geografía bíblica en los cinco continentes, la voz del poeta sigue siendo necesaria para continuar viviendo, para recuperar algo de la armonía del mundo amenazada por el caos y la barbarie.
A esta estirpe, de arraigo y universo, perteneció y pertenece esta voz de quien, entre broma y veras sólo quiso calificarse como tipógrafo y corrector de pruebas de imprenta, oficio por cierto, a punto de extinguirse. La voz de quien alguna vez, desde los gajes de esa extraña ocupación comentó el trabajo que le costó corregir para la publicación Pedro Páramo de Juan Rulfo: “[…] este bárbaro ponía las comas como quien le da de comer a las gallinas.”[6]
Hace unos días partió de este mundo Alí Chumacero. Serán tal vez muchas o quizá sólo algunas, las frases que se repitan alrededor de esta fecha que para él será la del fin de una búsqueda larga, búsqueda de más de noventa y dos años. No faltarán, espero, homenajes póstumos, algunos –ojalá todos—con la expresión de intuiciones y valoraciones sinceras y más de alguno interesado más en apariencias y coyunturas políticas que en la memoria gentil y agradecida.
Yo aporto estas simples líneas y sobre las letras de estas páginas, casi en su final, quiero hacer una reflexión:
Aunque todo poeta balbucea en el rosario del entrelace de sus palabras una plegaria, una oración que se desliza como un arroyo manso, no se atrevió el nuestro a expresar que creía en Dios, o más bien, vislumbró detrás de esa breve y siempre difícil y comprometedora palabra un rostro distinto al de un Padre amoroso que ama y respeta la libertad. Y en esta actitud fue solidario de muchos compatriotas que han aprendido que el vínculo religioso sólo es evasión y magia, recurso de viejas sin quehacer o de espíritus pusilánimes. El respeto y conocimiento de los tópicos cristianos, de las señales del camino puestas ahí por milenios, la “sangrienta flor del cristianismo” en la definición de Claudel, sin embargo, vivió en él y le hizo orar de manera oblicua, como dirigiéndose a un espíritu femenino sobrehumano, ¿o a la Virgen María, tan cercana al corazón de nuestro pueblo y sendero seguro a Belén, Nazaret, Gólgota y el sepulcro vacío en la madrugada? Dijo Alí:
“Yo, pecador, a orillas de tus ojos
miro nacer la tempestad.
Sumiso dardo, voz en la espesura,
incrédulo desciendo al manantial de gracia.
…
Elegida entre todas las mujeres,
al ángelus te anuncias pastora de esplendores
y la alondra de Heráclito se agosta
cuando a tu piel acerca su denuedo.
…
María te designo, paloma que insinúa
páramos amorosos y esperanzas,
reina de erguidas arpas y de soberbios nardos.
…
No turbo, si te invoco,
el tranquilo fluir de tu mirada;
…
Petrificada estrella, temerosa
frente a la virgen tempestad.”[7]
Ha terminado en estos días su larga búsqueda de noventa y dos años por itinerarios interiores en el servicio a la humanidad a la vez más necesario y más incomprendido: la diaconía de la poesía, que es, sin soltar de las manos las palabras, el servicio de los silencios, las metáforas, las paradojas, las parábolas y los símbolos: “[…] El silencio al que se llega por la metáfora paradójica no cierra nuestra boca ni apaga nuestro pensamiento. Por el contrario, sólo acaece en el alma en vela, que se mantiene en tensión purificadora contra la arrogancia de las palabras, pero sin renunciar cabalmente a ellas.”[8] Pues,
“[…] tibios son los lazos en que el aire fluye
entre las aldabas que tocan la puerta de la noche.”[9]
Me atrevo, con el pretexto de esta búsqueda y ese servicio, a parafrasear algo escrito por el también poeta Álvaro Mutis, el “soñador de navíos”: “[…] Como tantos otros que lo precedieron en tan arduo servicio, tuvo que inventar a cada instante la libertad, contra la cual los hombres atentan a cada instante. Por eso el poeta ha dispuesto su vida y su vocación creadora al amparo de todo lo que pueda conspirar contra la inagotable disponibilidad de su ejercicio visionario. Hay una santidad de la poesía. Muchos lo supieron. Ese camino no pueden recorrerlo sino los apartados, los que no temen injuriar a los astros.”[10]
Ahora Chumacero, al final de su búsqueda, no se dirige al encuentro con alguien: va a ser encontrado por Alguien. Él está en el umbral de su casa solariega para acogerlo “el Amor de los amores” a cuyas puertas tocó tantas veces.
[1] Un peregrino de 90 años, en: El mago de las letras mexicanas, Alí Chumacero, XC aniversario, SEP/ Gobierno del estado de Nayarit/ Universidad Autónoma de Nayarit/ FCE, México/ Tepic 2008, p. 29.
[2] Mensaje a los artistas, 8 de diciembre de 1965.
[3] Cita en: Un peregrino…El mago…, p. 27.
[4] Alí Chumacero, Al monumento de un poeta. Palabras en reposo, FCE, México (4) 2007, p. 55.
[5] Véase: Roger C. Altman, La globalización en retirada, Foreign Affairs Latinoamérica, 10/1 (2010), pp. 52-60.
[6] Aurelio Carballo, Garbanzos de a libro, revista Siempre!, 17 de julio de 2006.
[7] Responso del peregrino. Palabras en reposo, p. 14.
[8] Héctor Zagal, Poesía, paradoja, presencia. Las nostalgias de Ramón Xirau, Estudios 8/92 (primavera 2010), p. 33.
[9] Micaela Solís, Cuando Venus en [Ciudad] Juárez aparece, Cuadernos fronterizos 14/5, (Primavera 2010), p. 4.
[10] Ludwig Zeller o el espejo en entredicho, en: Ludwig Zeller, Salvar la poesía. Quemar las naves FCE, México (2) 1993, p. 9.
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